sábado, 31 de mayo de 2008

LA NOCHE

La noche, al contrario de lo que la imaginación popular e inducida cree, no es un monstruo que engulle, una sombra o un demonio; la noche no solo vence y duerme y consume, lejos esta de ser el territorio de lo inanimado y de lo volátil, cuervos y espíritus, de lo efímero y lo increado, de lo primigenio.

La noche también descubre y desentume, cambia y metamorfosea, descorre la pesada cortina de luz para revelar los mundos ocultos, activos y móviles, fatales, que se amparan detrás del día. Por el contrario a veces la luminosidad enceguece, altera la auténtica composición de las cosas, las distorsiona con su ansia de precisión y claridad; entonces la oscuridad, que ciertamente unifica y homogeniza, arranca estas trampas y nos enseña otra realidad del mundo, ignota y despreciada, que nos negamos a ver; no se trata sin embargo, de un espacio alterno y vano, no es una apariencia fútil de las cosas, sino su otra mitad, una cara, no mejor ni peor: diferente complementaria, que por lo regular nos negamos a sentir y reconocer, aferrados a nuestra mezquindad fotocéntrica, pero que está ahí y también nos forma, nos nutre y nos anima.

La noche es un sitio fuera del sueño: las noches de los despiertos albergan seres que, apenas por casualidad, habitan los mismos cuerpos que tienen durante el día, pero lo cierto es que son a un tiempo otros y los mismos, reconstruidos bajo el influjo de las estrellas. Por eso se inventó el sueño: para quienes se rehúsan a asumir su naturaleza noctívaga, para los medrosos que prefieren la comodidad de la inconsciencia. En cambio aquellos que prefieren velar mientras las tinieblas se ciernen sobre la tierra, una raza especial, alterna, asumen las mutaciones que la noche produce en sus caracteres y sus sombras, y reconocen que ahí, en la infinita muerte del sol, también hay vida.


Lo mismo pasa con los lugares y las cosas; esta ciudad, por ejemplo, esta megalópolis de cuarenta millones de habitantes, con sus periféricos atestados durante el día, infinitas filas de hormigas muertas, sus rascacielos desgarrados, su energía y su basura y sus incognoscibles destinos, esta ciudad de baches y gozosos insultos, de brumas artificiales y absurdas, e inevitables esperanzas depositadas en sus nuevos gobernantes: esta ciudad también es una a la luz del sol y otra muy distinta al caer la tarde. En cuanto se difuminan los colores, la ciudad deja libres sus temores y ansias, no más confianza en nuevos gobernantes, ni en democracias gloriosas, y reaparece el pánico incubado a lo largo del tiempo, reaparecen los monstruos y los fantasmas que llevamos dentro: homicidios, fragores y violencia, o bien redadas y acciones clandestinas del FPLN, sus bombas inútiles, sus secuestros fastuosos o el simple pulular, lento y salvaje, de mendigos, profetas y desheredados por bares, burdeles y efímeros (los antros de moda), hasta que llega la madrugada con sus cielos blanquecinos o amarillentos para cancelar estos mundos, o sólo adormecerlos durante unas cuantas horas.

Nadie sabe para quién trabaja. La frase no pierde su valor: al ser tan grande el cúmulo de relaciones entre las personas, al nunca poder calcular todos los factores que influyen en un hecho (nadie puede hacerlo, ni siquiera el gobierno, por más poder que acumule en este país) y al estar siempre sometidos al arbitrio del azar, resulta imposible prever las consecuencias de nuestros actos, y entonces afectamos a quien jamás creímos afectar y perjudicamos a quienes menos queríamos perjudicar. Se descubre así que los poderosos no planean y reproducen esquemas cuidadosamente diseñados para beneficiarlos, nadie podría confiar en ellos al cien por ciento, sino que la maquinaria resulta superior a sus componentes. A veces por mala suerte o infortunio, los engranes se mueven por sí mismos y las acciones que algunos traman para perjudicar al sistema, al gobierno o los gobernantes, a fin de cuentas terminan por beneficiarlos.

No hay comentarios: